1.
A veces me pregunto si a los ensayistas les pagan una comisión por citar a Montaigne, y cómo funciona. Durante algún tiempo trabajé para UNICEF. Había un sueldo fijo, pero la mayoría de los ingresos por comisión no provenían de hacerle saber a otros que UNICEF existe, sino al convencerlos de donar a la causa por la que UNICEF se fundó en primer lugar. ¿A qué se debería la comisión entonces, en el caso de esos ensayistas? Si se tratara de menciones, tengo ya en la mira algunos que seguramente serían ricos, o por lo menos habrían podido comprarse un par de propiedades que luego cubrirían de hojas con más textos de Montaigne para elevar a las nubes su valor en el mercado (o para espantar a los compradores, como quienes ponen un pentagrama y sangre en el suelo de la cocina). Si se trata de convencer a la gente de unirse a la causa de Montaigne, imagino lo difícil que resulta, o lo fácil, considerando que la mayoría de quienes lo citan dicen que en Montaigne está «todo«. Trato de imaginar cómo habría sido mi trabajo en UNICEF si para convencer a otros de donar les dijera que el dinero iría a parar a todas las cosas y a todas las causas. Seguro más de alguno me habría respondido: ¿Y si mejor va a parar a mí?, y se habría largado a comprarse unos zapatos.
Esperen, eso me pasó.
2.
A veces, cuando leo a los ensayistas citar a Montaigne para hablar de cualquier cosa, imagino al miembro de una familia que para todo lo que tiene que decir recurre a su árbol genealógico y cita los diarios de su tatara tatara tatara bisatarabuelo con el fin de que la autoridad que le da su tiempo de muerto sirva para zanjar cualquier asunto traído a la mesa. Pero hasta el Yggdrasil sólo podía sostener a nueve mundos, ¿cómo le hace Montaigne para sostener a tantos ensayistas, colgándose de lo que escribió hace tanto? Cuando menos algo es seguro, incluso si las cenas familiares no van a ningún sitio: las ramas de aquel árbol ya probaron ser más resistentes que las del que sostiene, según los nórdicos, todos los mundos.
3.
Otras veces imagino que los ensayistas son todos amigos, y citar a Montaigne es un juego como esos en que la gente comienza a tomarse shots cada vez que alguien dice una muletilla. ¿Se reunirán alguna vez a leer lo que escriben? «Montaigne escribió», ¡ahí va uno de tequila!, le dice uno a otro, con un golpecito. «Montaigne decía», ¡deme uno de ron!, celebran etílicos. Así hasta pasar por toda la gama de alcoholes, y hasta de metales pesados si nos ponemos creativos. Es el hígado, más que yo, el que se pregunta si quien más menciona a Montaigne está a punto de ganar o de perder.
4.
Una vez me pregunté si en el ragnarok de la literatura, los ensayistas que citan a Montaigne propondrán que este volverá a dar fin al ensayo, como quienes dicen que todo el universo acabará en un big bang igual al que le dio origen al universo conocido; si la resurrección de Montaigne no será una nueva explosión que traerá consigo más seguidores y un universo todavía más grande de ese «todo» con el que se le asocia. Supongo que los ensayistas del futuro nos contarán sobre la primera y segunda llegada, a lo mejor tocando hasta nuestras puertas, diciéndonos: ¿Tiene un segundo para hablar de Montaigne?
5.
Amigos ensayistas, lo lograron. Ya me dieron ganas de leer a Montaigne. O no sé si ganas, pero algo. Según entiendo, por lo que les he leído a ustedes, seguro Montaigne ya lo explicó en alguno de sus ensayos.