«Me vi en sus ojos y en su cuerpo. ¿Sería un venado el que me llevaba hasta su ladera? ¿O una estrella que me lanzaba a escribir señales en el cielo? Su voz escribió signos de sangre en mi pecho y mi vestido blanco quedó rayado como un tigre rojo y blanco».
Día #8
La culpa es de los Tlaxcaltecas (1963), Elena Garro.
Los últimos días han estado plagados de pequeñas catarsis, violentas todas, todas ellas liberadoras. Ha sido tan así que no puedo pensar en otra cosa.
Para mi suerte, o quizá mi desgracia, el día de hoy me he topado con dos cuentos que hablan directa o indirectamente de «La malinche», un personaje de la historia mexicana que se caracteriza, en resumen y para no entrar en detalle, por dos cosas: la traición que lleva a cabo y la incomprensión que sufre. Cuál vino primero es en absoluto irrelevante.
Uno de ellos es precisamente del que va esta entrada: La culpa es de los tlaxcaltecas, de Elena Garro. En él, la protagonista se ve inmersa en las consecuencias de su traición. En la traición en sí y su lucha por sobrevivir. Ésta escapa una y otra vez a un pasado lejano y atemporal, ¿mental, acaso?, como si alguien la invocara para tenerla a su lado. Es una doble traición: al presente y al pasado.
Lo maravilloso en Garro, a consideración de quien esto escribe, está vertido sobre todo en:
- El lenguaje
- El manejo del tiempo y del narrador.
- Los personajes y los diálogos.
(Sí: todo es maravilloso en éste cuento de Garro, ¿qué puedo decirles?). En primer lugar el lenguaje, puesto que a éste le subvienen el ritmo, la atmósfera y las metáforas poderosísimas que emplea sin tocarse un pelo.
Por citar un ejemplo de muchos:
«– Yo soy como ellos; traidora … – dijo Laura con melancolía.
La cocinera se cruzó de brazos en espera de que el agua soltara los hervores.
– ¿Y tú Nachita, eres traidora?
La miró con esperanzas. Si Nachita compartía su calidad traidora, la entendería, y Laura necesitaba que alguien la entediera esa noche«.
¿Y si en lugar de mirar esperanzada a Nachita la mirara suplicante? Garro no sólo mantiene la traición sobre la mesa todo el tiempo (en apenas 4 líneas, es mencionada 3 veces), sino que la complejiza al hacer que a tal traición sobrevenga la «melancolía» y la «esperanza». Ambas eluden al presente. La traición, pues, no tiene solución cabida en el presente. La maestría está en expresarlo sin haberlo dicho textualmente. No hay solución, uno comprende, excepto una: «Si compartía su calidad traidora, la entendería«. Ello, al igual que dotar a la traición con la imposibilidad de resolución presente, ancla a la protagonista a otro no sólo en el hecho de traicionar sino en su redención. El problema inicia y termina en los otros. ¿Qué es lo más terrible? ¿Qué es lo que la devasta? El personaje inicia no con la afirmación de su propia «calidad», sino la de todos. Los otros. Siempre los otros: «Yo soy como ellos». ¿Qué hay de terrible en traicionar, si todos lo hacen? La doble traición justifica su dolor: no puede decirse que encuentre la paz en alguno de los lados de la balanza, no hay catarsis en la traición cuando se traiciona ambos momentos. Al respecto, Garro escribe:
«-Estás desteñida, parece una mano de ellos – me dijo.
-Hace tiempo que ya no me pega el sol.
Bajó los ojos y me dejó caer la mano. Estuvimos así, en silencio, oyendo correr la sangre sobre su pecho. No me reprochaba nada, bien sabe de lo que soy capaz. Pero los hilitos de su sangre escribían sobre su pecho que su corazón seguía guardando mis palabras y mi cuerpo. Allí supe, Nachita, que el tiempo y el amor son uno sólo».
Se ha «desteñido», piensa el otro: es decir, ha perdido algo de ella, de lo que la hacía ella. Pero ella siempre ha sido así, ella es así. ¿Son los otros los que imponen la prisión de lo que ella debe ser? ¿Es traición no cumplir?
Ella piensa que él sabe muy bien que era capaz de traicionarlo; y en ese gesto, en ése saber, comprende que el amor y el tiempo (su anhelo por el pasado y el futuro, por la eternidad de aquello que no es presente) son uno. Su esperanza y su nostalgia se funden en un otro lejano, inalcanzable. Siendo comprendida, espera, siendo aceptada en su cualidad de traidora, la protagonista, Laura, encontrará la redención. Porque él la ama a pesar de su traición, sí, porque «su corazón seguía guardando mis palabras y mi cuerpo«. Ello le ofrece consuelo a Laura: el recuerdo.
Porque, ¿él existe ahora, ese hombre en ningún tiempo? Una referencia más al pasado (un pasado que, además, se antoja imaginario.)
Y es precisamente ahí donde está la que considero su segunda gran virtud: el tiempo y la voz narrativa cambiante. Un ir y venir que se desdibuja todo el tiempo. De una línea a la próxima, la protagonista pasa del dialogo a la narración, para luego dejarle una vez más la voz a ese narrador siempre mutable. La protagonista se roba el tiempo narrativo cuando describe lo que ha ocurrido en ese pasado que, como parte de la historia, le roba al presente su tiempo (ella se va por horas al pasado y, al volver, descubre que de hecho pasaron semanas). ¿Alguien dijo nostalgia? ¿Vivir en el pasado, incluso si éste es inexistente?
Ese ir y venir hace plausible el viaje temporal de la protagonista sin que ello resulte en lo absoluto inverosímil (¿ha perdido la cabeza? ¿ha viajado en el tiempo, en realidad? Poco importa. Ninguna de las dos acaba por reconfortarla). Está, por el contrario, al servicio de la narración no como el acto de irrumpir la realidad sino de darle sentido: la protagonista, que ansia perpetuamente un tiempo que no está en ningún lugar, que está en el pasado y en el futuro, no se mantiene en un sólo tiempo. Fondo y forma perfectamente en comunión.
Del tercer punto, los protagonistas y los diálogos, quisiera mencionar sólo un ejemplo presente en la segunda página del cuento (el otro ejemplo ya está como epígrafe a esta publicación), ya que ilustra, además, todos los elementos señalados con anterioridad:
«Cuando pasó un coche lleno de turistas, ella se fue al pueblo a buscar un mecánico y yo me quedé a la mitad del puente blanco, que atraviesa el lago seco con fondo de lajas blancas. La luz era muy blanca y el puente, las lajas y el automóvil empezaron a flotar en ella. Luego la luz se partió en varios pedazos hasta convertirse en miles de puntitos y empezó a girar hasta que quedó fija como un retrato. El tiempo había dado la vuelta completa, como cuando ves una tarjeta postal y luego la vuelves para ver lo que hay escrito atrás. Así llegué en el lago de Cuitzeo, hasta la otra niña que fui. La luz produce esas catástrofes, cuando el sol se vuelve blanco y uno está en el mismo centro de sus rayos. Los pensamientos también se vuelven mil puntitos y uno sufre vértigo. Yo, en ese momento, miré el tejido de mi vestido blanco y en ese instante oí sus pasos. No me asombré. Levanté los ojos y lo vi venir. En ese instante, también recordé la magnitud de mi traición, tuve miedo y quise huir. Pero el tiempo se cerró alrededor de mí, se volvió único y perecedero y no pude moverme del asiento del automóvil. «Alguna vez te encontrarás frente a tus acciones convertidas en piedras irrevocables como esta», me dijeron de niña al enseñarme la imagen de un dios, que ahora no recuerdo cuál era. Todo se olvida, ¿verdad Nachita?, pero se olvida sólo por un tiempo. En aquel entonces también las palabras me parecieron de piedra, sólo que de una piedra fluida y cristalina. La piedra se solidificaba al terminar cada palabra, para quedar escrita para siempre en el tiempo. ¿No eran así las palabras de tus mayores?»
La atmósfera, el tema, la historia en sí, la narración: todo confluye en aquél tiempo que se cierra sobre ella, pasado y presente rodeándola. Esa lucha entre lo que otros han dicho de ella, la carga histórica y su propio devenir. Lo que ella es, por encima del tiempo. Es a la vez, la historia que se repite, la redención que no llega sino con los otros, esos otros que ella espera la entiendan al haber repetido lo mismo (actores que no llegan nunca: la redención no aparece sino como añoranza.)
…
No puedo sino pensar que este cuento parece escrito para el momento en que lo he leído. Porque, por momentos, yo comprendo a Laura, a esa malinche simbólica. La comprendo y quisiera abrazarla.
***
Elena Garro (11 de diciembre de 19161 – 22 de agosto de 1998) fue una escritora, poeta, periodista y dramaturga mexicana.