«La mentira no contada», Sherwood Anderson

» La mayoría de los muchachos atraviesan épocas cuando anhelan morir gloriosamente en vez de limitarse a ser abarroteros y continuar con la monotonía de sus vidas.».

Día #9

La mentira no contada (1919), Sherwood Anderson.

En la introducción a una compilación de sus cuentos, Ana Rosa González Matute dice al respecto del autor: «Fue maestro de autores como Ernest Hemingway, Thomas Wolfe, John Steinbeck, Erskine Caldwell, William Saroyan, Henry Miller y el ya citado Faulkner, quienes, bajo su influencia, incorporaron a su arte elementos naturalistas y experimentaron con el simbolismo.» Creo que ello constituye una carta de presentación más que suficiente.

***

Los cuentos leídos para esta revisión: «El libro de lo grotesco», «Manos» y «La mentira no contada»; los tres (disponibles aquí) son pertenecientes al libro «Winesburg Ohio», una novela atípica por, esencialmente, estar compuesta de relatos… los relatos de los habitantes de una comunidad en donde todos, de algún modo, tienen algo de grotesco (y también de hermoso, si a esas vamos.)

El cuento que mejor ilustra el panorama general es «El libro de lo grotesco», pues hace un retrato de los personajes porvenir en los otros cuentos. Sirva, pues, como contexto:

«En un principio, cuando el mundo era joven, existían muchos pensamientos, pero ninguno que constituyera una verdad. El hombre construía sus verdades y cada una era un compuesto de muchos pensamientos vagos. En todo el mundo había verdades y todas ellas eran hermosas.

El novelista enlistó cientos de verdades en su libro. No le hablaré de todas ellas, pero sí incluía las siguientes: la verdad de la virginidad y de la pasión, la de la riqueza y de la pobreza, la de la frugalidad y del desenfreno, la del descuido y del abandono. Eran cientos de verdades y todas hermosas.

Luego llegó la gente. Conforme cada uno aparecía se apoderaba de una verdad, y los más fuertes, de una docena. Las verdades convirtieron a la gente en grotesca. El autor tenía una teoría muy elaborada al respecto. Su idea era que en cuanto una persona se apropiaba de una de las verdades, la llamaba suya, intentaba vivir su vida regido por ella, se transformaba en grotesco y esta verdad se convertía en falsedad».

(El libro de lo grotesco)

Sin embargo, el que enaltece con mayor virtud las cualidades de Sherwood, al menos de los tres cuentos leídos, es «La mentira no contada».

Una de las características que llaman la atención del cuento es el retrato detallado que hace de los personajes que intervienen en la narración de un modo u otro. Es decir, para contar la vida de un personaje debe, primero, hablar de los que lo rodean. Para ello, el autor se detiene en tres personajes. El primero de ellos es un hombre que, escapando de la comunidad con ayuda de una carroza y sus caballos, muere golpeado por un tren. A su muerte, siguió que el resto, en silencio, admiraran lo que había hecho, incluso si lo reprobaban en público y afirmaban que seguramente se había ido al infierno. ¿El motivo de la admiración? El épigrafe de esta entrada es la respuesta: el deseo de morir por encima de vivir una vida rutinaria, una vida no deseada. Esto es algo que también aparece en «El libro de lo grotesco»

«Se le había metido la idea de que un día moriría inesperadamente y cada vez que se acostaba pensaba en ello. No se alarmaba. De hecho reaccionaba de forma muy especial e inexplicable. La posibilidad de no levantarse le infundía más vida que cualquier otro momento«.

(El libro de lo grotesco)

La historia es, para quien esto escribe, atípica desde su estructura. La descripción de los personajes crea no sólo una atmósfera, sino la sensación de estar frente a un lugar vivo. Para hablar del protagonista, pues, nos habla de un segundo personaje: el hijo de aquél hombre que se suicidó con el tren,  a quien dedica gran parte de la narración. Luego de introducir a los dos habla de un tercero: el protagonista.

«Ésta no es la historia de Windpeter Winters ni la de su hijo Hal que trabajaba en la granja Wills con Ray Pearson, sino la de Ray. Sin embargo, será necesario hablar un poco del joven Hal para que usted pueda comprender el espíritu de este suceso».

Por si fuera poco lo anterior, Anderson se sitúa como narrador participe, al ir y venir de la historia y al llamar la atención del lector a notar ciertas cosas.

«Se encontraba triste, distraído y la belleza del lugar lo conmovía. Si usted hubiera conocido la campiña de Winesburg en el otoño y hubiera visto cómo las colinas bajas están salpicadas de amarillos y rojos, comprendería este sentimiento».

Lo anterior no hace sino dar la impresión de estar ante una narración oral, lo que le da un toque de «cuento local», de que ha narrado la vida de alguien que unos y otros conocen como real. Por otro lado, introduce al lector directamente en la construcción de la historia, pues la campiña cobra vida gracias a la empatía del lector al intentar comprender el sentimiento del protagonista, más que del lugar en sí. Como si Anderson nos situara frente al personaje y nos hiciera mirar sus ojos.

Y son precisamente los ojos, la mirada, la empatía, el eje del cuento. En los tres cuentos que componen esta lectura… la empatía hacia el otro, hacia ese ser extraño que ronda frente a nosotros, es un eje medular. En «El libro de lo monstruoso» hay un ejemplo maravilloso de ello:

«Al ver cigarros regados por todos lados el carpintero empezó a fumar».

(El libro de lo grotesco)

Luego de comenzar a fumar, como el protagonista, el carpintero pasa de estar a punto de iniciar su labor a hablar, a sincerarse, a llorar incluso.

Algo parecido ocurre también en «Manos». El cuento narra la historia de un hombre, Wing Biddlebaum, acusado de pedofilia por la forma en que usaba sus manos para conectarse con los niños (acariciándolos, abrazándolos, alborotándoles el cabello). Es expulsado de donde vive y desde entonces esconde las manos. Se reprime todo el tiempo. Entonces se hace un amigo, George Willard, con el que pierde el miedo y comienza a mover sus manos, las saca de sus bolsillos y se siente dichoso otra vez. Hasta que un día:

«Wing Biddlebaum se inspiró plenamente. Por una vez se olvidó, de sus manos. Poco a poco se deslizaron frente a él hasta posarse en los hombros de George Willard. En su voz aparecía algo nuevo e intrépido.

—Debe procurar olvidar todo lo que ha aprendido –dijo el anciano–. Debe empezar a soñar. De hoy en adelante no prestará atención a las voces que rugen. 

Wing Biddlebaum interrumpió su discurso y miró prolongada y vehementemente a George Willard. Sus ojos brillaban. De nuevo alzó las manos para acariciar al joven y, de repente, una expresión de horror cruzó por su rostro.»

(Manos)

En el caso de «La mentira no contada», Anderson retrata a la empatía íntima y profunda, como ya lo fuera en manos, como algo que termina por lastimar a quien la siente.

Comienza con el retrato de los inicios de la amistad entre Hal y Ray, el protagonista. Un retrato de como comenzamos a mirarnos, ya no como sujetos extraños, entes grotescos que deambulan todos idénticos.

—He metido a Nell Gunther en un lío –dijo–. Te lo digo a ti pero cállate la boca.

Ray Pearson se levantó y se le quedó mirando. Era casi unos 30 centímetros más bajo que Hal y cuando el joven se le acercó y le puso las manos en los hombros parecían un retrato. Permanecieron en el extenso terreno vacío con las hileras silenciosas de los montones de
maíz detrás de ellos y las colinas rojas y amarillas a la distancia, y de ser solamente dos trabajadores indiferentes pasaron a cobrar vida el uno para el otro. Hal lo percibió así y porque era su modo de ser se rió.

«Pasaron a cobrar vida el uno para el otro», ¿hay mejor forma de decirlo? (aquí estoy yo, haciéndole ojitos a Sherwood).

 Hal le pide consejo. No sabe si acabar por comprometerse con su pareja o dejarla. Le dice:

«—Bueno, viejo –dijo torpemente–, ven y aconséjame. He metido a Nell en un lío. Puede que tú mismo hayas pasado por lo mismo. Sé muy bien lo que según los demás es correcto hacer. Pero, ¿tú qué dices? ¿Me caso con ella y siento cabeza? ¿Dejo que me pongan las riendas y que me lleven por ahí como un caballo viejo? Tú me conoces, Ray. Nadie puede doblegarme, sólo yo puedo hacerlo. ¿Lo hago o le digo a Nell que se vaya al diablo? Anda, dime. Sea lo que sea, Ray, lo haré.«

La búsqueda de respuesta, de empatía; la falta de sentido de Hal cala hondo en Ray. Al intentar comprenderlo, al permitir al otro entrar y exponerse ante él, Ray comienza a cuestionarse su propia vida. El contacto con el otro ha resultado en mirarse a sí mismo también. Comienza a cuestionar la decisión de haberse casado; no su amigo, sino él. Se sitúa en el lugar del amigo en el sentido más existencial (¿no es el existencialismo el que hablaba del temor a exponerse uno mismo a través de la mirada?).

«Ray salió de la casa, saltó la cerca y se internó en el campo. Apenas empezaba a anochecer y el paisaje era muy bello. Todas las colinas bajas estaban bañadas de color, e incluso los pequeños racimos de los arbustos en las esquinas de las cercas radiaban de belleza. Por algún motivo Ray Pearson sentía que el mundo entero cobraba vida del mismo modo que él y Hal habían revivido al estar en los maizales mirándose fijamente a los ojos».

Siente entonces que nada vale la pena, que necesita advertirle a su amigo de lo que está por hacer: ¡no debe casarse! ¡Debe ser libre! (¡Él también debe ser libre!).

Es en ese momento cuando Anderson ejecuta con maestría el arte de su simbolismo, su naturalismo y su oralidad. La narración, de repente, se convierte en una revelación violenta, y hermosa, un grito de vida:

«La belleza de la campiña de los alrededores deWinesburg era excesiva para Ray aquel atardecer de otoño. Eso era todo. No podía soportarlo. De repente se olvidó por completo de que era un tranquilo y viejo peón. Aventó el abrigo roto y atravesó corriendo los campos,  lanzando gritos de protesta en contra de su vida, de toda la vida y de sus horrores.

—No le prometí nada –gritó a los espacios vacíos que se abrían ante él–. No le prometí nada a mi Minnie y Hal tampoco le prometió nada a Nell. Sé que no lo hizo. Se fue al bosque con él porque así lo quiso. Ambos desearon lo mismo. ¿Por qué debo pagar? ¿Por qué Hal debe pagar? ¿Por qué cualquiera tiene que pagar? No quiero que Hal se vuelva viejo y se arruine. Se lo diré. No permitiré que continúe. Lo alcanzaré antes de que llegue al pueblo y se lo diré».

La revelación empática es a la vez simbólica y existencial: él busca liberarse al tiempo que busca liberar a su amigo. Se va liberando en el otro y gracias al otro, incluso cuando es él quien ha corrido y no su amigo, cuando es él quien ahora pretende salvarlo.

El final es congruente no sólo con el cuento sino con los otros cuentos: se cierne sobre ellos la oscuridad. Los cuentos de Anderson están llenos de matices, parecieran anticlimaticos (un parón emocional semejante al que siento en muchos de los cuentos de Carver); están llenos de detalle, involucran a los personajes en todas las aristas posibles de ese medio siempre fantástico pero creíble que es su realidad como ficción. Sobre todos los personajes: lo grotesco. Su luz, su revelación, sus ganas de vivir terminan siendo eclipsadas por los seres que les rodean. Como si la propia silueta, antes luminosa y contrastante con la oscuridad del fondo, terminara por confundirse y fundirse en la noche de todos.

Al respecto recuerdo, sobre todo, cierta cita de una novela existencialista: «El túnel», de Sabato.

«A veces creo que nada tiene sentido. En un planeta minúsculo, que corre hacia la nada desde millones de años, nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos, hacemos sufrir, gritamos, morimos, mueren, y otros están naciendo para volver a empezar la comedia inútil. ¿Sería eso, verdaderamente? ¿Toda nuestra vida sería una serie de gritos anónimos en un desierto de astros indiferentes?»

Es como si los personajes grotescos de Anderson se negaran a desvanecerse. De un modo, lo hacen, pero antes de extinguirse, antes de desaparecer entre sombras, brillan, todos ellos lo hacen.

***

Sherwood Anderson (Camden, Ohio, 13 de septiembre de 1876Colón (Panamá), 8 de marzo de 1941), escritorestadounidense, maestro de la técnica del relato corto, y uno de los primeros en abordar los problemas generados por la industrialización.

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