Desde la carrera se me quedó muy grabada la idea de que existe, en el cerebro de cada uno, un «mapa del amor». El concepto me gusta por muchas razones. Quizá la principal razón por la que me gusta es porque da a entender que el mapa nunca es el territorio, que nuestras formas de amar no son el amor, sino los medios que tenemos para llegar a él o para expresar que estamos ahí para otro. El concepto me hace recordar a Ortega y Gasset, que decía que el amor son las formas que aprendemos en que se da el amor, es decir, como si las formas de expresar un cierto afecto las eligiéramos porque son las que mejor representan eso intangible que sentimos. Juntando ambas ideas, podría decirse que desde chicos aprendemos que hay ciertos caminos en los que no sólo se ama más fácil, porque se da a entender y a sentir más fácil el amor, sino que son caminos más incuestionables, tan aparentemente parecidos al territorio que son paradigmáticos.
Dicho todo lo anterior, me gustaría agregar un elemento a esa imagen: una brújula. Antes que tener un mapa o un camino, una brújula dentro de nosotros nos indica hacia dónde ir, cuando sabemos, por lo menos, a dónde apuntamos (si al norte o al sur, por ejemplo). No sé exactamente qué sería esa brújula. No sé si lo sería la intuición, o algo incluso más primario, o eso que representa el estado de quien viaja, como si la brújula no fuera un objeto, sino un impulso de ir en una determinada dirección. No sé si es puro instinto. Si es el espíritu. Si es la paz.
Como sea, en el último año siento que se me rompió la brújula. Tengo todos los mapas que he creado con mis ficciones, los mapas que otros me han compartido conmigo al estar en mi vida y los que yo he usado antes con ellos. Son tantos, y están tan superpuestos, con tantos tachones, tantos caminos en falso, que los polos de la tierra misma se vieron afectados por la confusión, y ahora la brújula sólo da vueltas en todas direcciones, hasta no hacerlo hacia ninguna. O quizá no hace falta cambiar los polos del mundo, sólo estrellar una pequeña brújula contra una roca, sin que el viajero se dé cuenta. Quién sabe.
No sé cómo se repara una brújula, precisamente porque no logro precisar, tangiblemente, qué es (benditas sean las metáforas, estoy seguro de que está rota, aunque no sé de qué esté hecha). Y cómo no sé cómo se repara, estoy haciendo a un lado mis mapas, con tachaduras o no, obligándome a olvidar los atajos y las rutas seguras que he conocido toda mi vida, porque no quiero transitar el amor de memoria. Cuando lo he hecho (y lo he hecho demasiadas veces), quiero a quien quiero no porque lo quiera en ese momento, sino porque sé que alguna vez le quise, y los afectos no pueden ser eso. Eventualmente los destinos cambian, el territorio cambia, y los mapas necesitan actualizarse. Los caminos no siempre nos llevan al mismo lugar, y esos lugares no siempre siguen siendo nuestro destino.
Supongo que lo que me pasa es que mi cerebro ve el pasado de un sitio, su presente y todas sus posibilidades, y ya no sabe reconocer cuál es cuál, así que la brújula trata de guiarme, pero no puede, porque incluso si no está rota, está perdida entre tantas salidas en falso. Y cuando no es así, seguro la brújula recuerda dónde la estrellaron, incluso si yo no lo recuerdo a consciencia.
Estoy divagando, ya sé. Pero escribo pensando, y necesitaba pensar. Y necesitaba que otros supieran que pienso en esto, pero no sé a quién decírselo porque no sé a quién apunto. No sé a dónde apunto con esto. Ya establecí desde el inicio que mi brújula está rota.
«No quiero transitar el amor de memoria» y «Eventualmente los destinos cambian, el territorio cambia, y los mapas necesitan actualizarse.» Me parecen dos fragmentos esenciales en tu entrada.
¿Recuerdas la brújula de Jack Sparrow? Parecía estar rota, pero apuntaba a dónde él necesitaba. A veces todo se transforma y se reajusta y uno debe hacerlo, dejarnos llevar por nuevo caminos, descubrirlos, para trazar nuevas rutas, que como todo en la vida, serán transitorias.
Emmanuel Kant, en Crítica de la Razón pura, llegó a la sabia conclusión de que la intuición es a veces más importante que la razón.
Mi opinión siempre ha sido que la intuición debe ser el motor que hace funcionar nuestra brújula, aunque la brújula en sí, sea (al menos para mí) la consciencia.
El cambio es una de las experiencias que más nos cuesta transitar a los humanos, y es sin embargo, una constante.
Decía Jorge Gastón en sus clases que <> y no querer saber y controlar todo. Menudo reto tenemos.
Sin embargo, estoy firmemente convencida de que en el camino de ese aprendizaje tenemos la más valiosa de las certezas, y es la de que el Amor es nuestro origen y nuestro destino.
Así que disfruta el viaje y déjate sorprender.
Abrazos.
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Muchas gracias, Marina. Me cuesta transitar en el mundo en un momento de mi vida en que me pasan cosas que se supone que ya no debieran pasarme (por ejemplo, enemistarme al punto del profundo resentimiento, con quien fuera mi mejor amiga), y si a eso le sumo todas las pequeñas crisis que han tenido estos dos años, me pregunto si no será que los mapas son de territorios que se perdieron, del mismo modo en que cuando vuelvo al CUCS, ya no reconozco dónde estoy, aunque esté en la misma tierra, en el mismo sitio, que es todo menos lo que era.
El buen Gastón siempre supo.
Un abrazote, Marina. Gracias por leerme y por tus necesarias palabras.
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Nota: entre los signos
Decía «hay que aprender a vivir en la incertidumbre» (eso es lo que decía Gastón en sus clases); no sé qué sucedió con eso que escribí.
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WordPress a veces hace magia, aunque no siempre de la buena.
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