«Kon. Él es el centro, él prometió ser el centro, pero ¿cómo puede serlo si su vida tiene tantos otros centros, si soy, cada vez más, una partícula en la periferia?»
El colapso de los estados superpuestos, Andrea Chapela.
Hace algunos años conocí a Andrea Chapela en la Feria Internacional del Libro. Aunque, quizá conocer es una palabra muy fuerte. ¿Alguien se ha preguntado por qué solemos decir eso, cuando alguien nuevo aparece en la vida de uno, por breve que sea el encuentro? «Conocí a… en el metro«. No, amigo: no vas a conocer a nadie en el metro, en el metro no se tiene tiempo de conocer a nadie (¿o sí?). Me parece muy optimista de nuestra parte, como humanos, decir que conocemos a alguien sólo porque lo tuvimos cerca un breve período de tiempo e intercambiamos unas pocas palabras. Uno no llega a conocer así a alguien. Dudo que uno llegue a conocer a otro, en realidad, sin importar el tiempo que pase.
Andrea parece tener la misma sospecha que yo, a lo largo de «Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio» (Almadia, 2020). En los diez cuentos que lo conforman, una y otra vez la pregunta es lanzada al aire: ¿Sé lo que siente el otro? ¿El otro comprende lo que yo siento? ¿Hay una salvación a esa brecha, entre nosotros y los demás?
Para explorar su sospecha, Andrea decide utilizar, en su mayoría, al amor romántico, y más específicamente, al amor romántico que terminó mal: una pareja cree que todo marcha bien, o quizá no del todo, pero sobrevivirán, hacen el intento, hablan entre sí, tratan de comunicarse, de compartir sus mundos… pero sus mundos se separan. Científicas ven a sus parejas irse, jovencitas también; alguien se va y el otro se queda con las piezas de lo que se ha roto.
La propuesta estética, diría Piliph Roth, no está en quiénes son los personajes (en el caso de Chapela: científicas, o cuando no, mujeres a las que les va bien en la vida: buenos trabajos, situación acomodada), sino en las situaciones por las que los hace pasar.
Si bien el libro explora situaciones diversas (una mujer que debe alterar los recuerdos de un joven abusivo, una jovencita que lleva a su cita al corazón de un lago, una mujer en medio de su proceso de renacimiento), todas comparten una serie de características que alcanzan a trazar un patrón.
Por un lado, no suele haber un peligro real para las protagonistas: ¿falla tu dispositivo de realidad?, sí, pero sólo un poco; ¿te metes con la familia equivocada, alterando los recuerdos de un joven?, sí, pero no acometen ninguna acción contra ti, te persiguen pero no te atacan; ¿te quedas atrapada en una tormenta, donde el agua podría tragarte hasta el fondo de una ciudad?, sí, pero te resguardas y ves la tormenta de lejitos. Esta suerte de anti-tensión está enmascarada por momentos de tensión muy concretos a lo largo del relato (la descripción de la tormenta por venir, por ejemplo, la descripción de una persecución, el miedo creciente de una mujer por morir), pero que, leídos en el contexto del libro, quedan al descubierto: a los personajes no les pasará nada. Ese es el pacto que Chapela establece con el lector, desde el primer cuento. No importa cuán grave sea la situación, todo estará bien. Tu pareja se irá, te quedarás sola, alguien podrá intentar amenazarte (o tú pensarás que tratan de amenazarte) y luego podrás volver a tu habitación, sana y salva.
En ese sentido, diríase que Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio es un libro escapista, leído en el contexto mexicano: un libro en el que 10 protagonistas mujeres logran salir impolutas de las situaciones más variadas, no parece del todo real.
En algunas otras reseñas (que van desde las realizadas por lectores, en goodreads, hasta la descripción de su trabajo, luego de su selección en la revista Granta), se enfatizan dos elementos que vale la pena discutir, pues son utilizados para enaltecer la propuesta del libro:
- Su mexicanidad.
- Su voz narrativa.
El primero de los dos puntos, la mexicanidad, queda ya desarmada, o al menos cuestionada, en un libro en el que las mujeres no padecen ninguna clase de violencia, presión y todas, sin importar el área, son exitosas en lo que llevan a cabo sin que parezca que nadie les pone dificultades en el camino. Es a la vez una visión que naturaliza la meritocracia (las protagonistas son inteligentes, talentosas y científicas, y todos las dejan hacer su trabajo sin cuestionarlas). Chapela misma hace un guiño en uno de sus cuentos, donde la protagonista es consciente de que la respuesta del hombre al saber que la gran espía es mujer, será no poder creerlo. Pero uno como lector, ya introducido en el mundo que Chapela propone, no comprende por qué el hombre habría de sorprenderse: todas las mujeres en su mundo son talentosas o, por lo menos, tienen el mundo abierto cuando se trata de posibilidades.
Es injusto criticar a un autor por sus personajes, desde la perspectiva ya citada por Roth, porque estos no necesariamente representan la idiosincrasia de quien los escribe. Así que, aquí no se está criticando que sus protagonistas sean científicas o mujeres acomodadas económicamente (desde niñas); eso sería criticar a los personajes. Lo que sí se puede señalar es que los únicos obstáculos a los que se enfrenten, o la mayoría de ellos, al menos, sean sus relaciones de pareja.
Llama la atención, pues, que en un mundo en el que las mujeres lograron superar toda barrera social conocida, lo que acabe definiendo sus vidas siga siendo el amor romántico. Esto, que tampoco es criticable en sí mismo, lo sitúa a uno como lector en una serie de valores de mundo, sin importar las tecnologías exploradas en los cuentos. Sí, puede haber ansibles, o perfiladores, u otras máquinas (la mayoría, centradas en la comunicación o la alteración de la realidad), pero sin importar lo que haya, lo importante, lo verdaderamente relevante en el mundo, es el amor romántico…
Excepto que, como decía al principio, hay un par de excepciones: un cuento de una niña que es traicionada por su amiga (o eso siente ella) y el de una mujer que pierde a su madre, en un mundo donde ya nadie debería de morir. Si uno extiende el campo, pues, del amor romántico a «las relaciones en general», el mensaje es claro: lo que importa en el mundo son los vínculos que establecemos con los otros. Así, quizá, el que los personajes no sufran ninguna suerte de dificultad, pese a su condición de mujeres, puede ser menos una falta a la verosimilitud del país que retrata, y más una licencia de fabulación: Chapela nos dice que, incluso si las condiciones del mundo mejoraran, si todo estuviera bien y nada nos impidiera ser más felices, vivir más, o revivir si morimos, aún así, fracasaríamos al relacionarnos. En ese sentido, la mexicanidad, la Ciudad de México, los tacos, las tortillas, Bellas Artes, todo eso es un decorado: Chapela no nos está contando la vida de la gente de la ciudad, sino que utiliza la ciudad como escenario para fábulas tecnológicas. En ese sentido, podríamos decir que, si bien la Ciudad de México inundada es una imagen tan llamativa que hasta forma parte de la portada del libro, la ciudad inundada podría haber sido cualquier otra.
Los personajes no tienen el humor socarrón, los asuntos conflictivos con la muerte, el miedo a la inseguridad…; o cualquier otra cosa que podría ocurrírsenos como típicamente mexicana, en el comportamiento de los personajes, en su forma de actuar. En ese sentido, llama la atención que la crítica haya decidido mirar ahí, en lugar de otros aspectos que, menos llamativos, son la verdadera apuesta del libro, y que le dan un valor que su decorado no trasciende.
El segundo punto que es resaltado es «la voz». Se sabe que la Ciudad de México está llena de personajes de todas partes del país, y en general, del mundo. Su diversidad en la lengua es grande, no sólo en la entonación, sino en los significados, los modismos, etc. Si bien esta diversidad no tiene por qué ser exigible a un libro, uno podría esperarlo de uno que se vende como «muy mexicano», con sus decorados de la Ciudad de México. En ese sentido, otra vez una característica de los personajes es que todos hablan igual, todos piensan igual, con el mismo ritmo (que, además, es compartido por las voces narradoras, incluso por las IA narradoras); esto no sólo rompe la ilusión de que se nos está retratando una ciudad real, sino que evidencia que los personajes son medios para un fin. No hay trabajo particular en estos (a la mayoría de personajes secundarios no les tocan más que un par de diálogos, casi todos que ofrecen «información» de la premisa del cuento o sus explicaciones, los llamados infodumps), aunque, una vez revisado lo expuesto anteriormente (la idea de la «fábula», en un sentido amplio), tampoco debería de ser un motivo a criticar propiamente.
En resumen, los dos elementos que más se aplauden en la crítica al libro, quizá ni siquiera deberían discutirse como atributos del libro: Chapela crea el decorado necesario para producir una falsa sensación de cercanía con los personajes, y eso es importante, relevante cuando menos, porque la mayoría de las situaciones en las que los personajes son puestos son abordadas desde el análisis y la distancia.
Entrando en materia de crítica, sobre las situaciones en las que Chapela pone a sus personajes, la mayoría están en una posición en la que la relación ya terminó, o está «a punto» de terminar. En el caso de las que están por terminar, en ambas la comunicación se da menos por las palabras que por señales visuales-tecnológicas (un tatuaje que rebela estados emocionales y un arete que cambia de color según la emoción que sienta su usuaria); y en el caso de quienes ya terminó, las ex-parejas están lejos (se mudaron de país, en la mayoría de los casos), por lo que suele ser imposible comunicarse. Aún así, los personajes se valen de toda suerte de tecnologías para reducir las distancias (aunque las protagonistas admiten que quizá hay ciertas distancias insalvables), tratando de comprender a los otros. En ambos casos, hay una distancia: física o emocional (ocultar gestos, quedarse en silencio, que alguien no responda, que alguien esté dormido mientras el otro hace algo, etc), que a nivel estético, se refleja en el estilo que eligió Chapela para abordar las anécdotas de sus cuentos: el análisis.
Todas sus protagonistas se la pasan haciéndose preguntas: ¿qué siente el otro?, ¿por qué se fue?, ¿qué siento yo?, ¿qué será del mundo sin el otro?, ¿qué será del mundo del otro sin mí?
La distancia, pues, se manifiesta desde varios frentes: la fabulación de la realidad en un México más etereo y seguro, lejos de sus condiciones típicas; en la distancia física entre los personajes, que los hace recurrir a tecnologías que reduzcan la brecha; en distancias generacionales, que hacen que unos decidan usar las tecnologías y otros no; en distancias afectivas, que hacen que unos personajes enmudezcan mientras que otros sufren muchas preguntas.
En ese sentido, me atrevería a decir que el mejor cuento del libro es «El colapso de los estados superpuestos», donde, por primera vez, el patrón de rompe: la comunicación se pierde, pero es recuperada; la protagonista se da cuenta de que en realidad nunca perdió la comunicación del todo, que siempre tuvo con quien contar, incluso si era lejos, incluso si era como una simple proyección de su pasado. En ese cuento, la fábula es llevada al límite de la imaginación: un personaje está en el espacio, comunicándose con otro con un artefacto netamente literario (inspirado en Ursula K. Leguin), y los mecanismos de la fábula son más transparentes: Chapela nos dice que la distancia, pero sobre todo, la cercanía de ambos, tiene que ver con los estados superpuestos. Este es el mejor cuento del volumen, no por ser el más emotivo (ese lugar lo ocupa «La persona que busca no está disponible», un gran cuento), sino porque es el que le quita al libro las telarañas que la crítica ha insistido en ponerle, y que lastran su lectura, si uno se las toma en serio: que es un libro de la Ciudad de México, que lo importante es «la voz», y que es desde ahí donde uno debe leerlo.
Chapela hizo, con Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio, un ejercicio personal, insistente y reflexivo sobre la incomunicación y las tecnologías que estamos dispuestos a emplear (no solo futuristas, sino actuales, presentes, como el lenguaje mismo, la comunicación verbal, las palabras…) para reducir esa brecha que, en la mejor de sus fábulas, existe entre una astronauta que viaja a millones de kilómetros de la tierra, y un hombre que trata de seguir con su vida sin ella. Ahí, en ese cuento, es donde habita el corazón del libro, y es ahí donde, creo, está la clave para su lectura. Porque aunque durante 9 cuentos Chapela nos dice que quizá es imposible, que quizá todos los intentos son inútiles; ahí donde cerró otros cuentos en una «posibilidad» nunca confirmada, un final abierto… ahí Chapela nos dice que sí. Que sí es posible comunicarnos con los otros, incluso precariamente, incluso sólo por momentos. Y es ahí, en esa propuesta, donde se halla el valor del libro. En su deseo por mostrarnos que es posible algo que esta realidad nos dice que no.
Chapela, da la impresión, no trató de recrear una ciudad ni una idiosincrasia tanto como un deseo universal: el deseo por comunicarnos. Hablo de sus intenciones como si la conociera, como si este libro bastara para comprender un poco mejor lo que trata de comunicarle al mundo. Y quizá así es: quizá es parte de lo que trata de decirnos, cuando las protagonistas se cuentan historias a ellas mismas, analizando los pormenores de lo que sienten: que las historias nos comunican, que es importante que esas preguntas no nos las callemos (la única historia con desenlace feliz es donde los personajes no lo hacen), y que las historias, claro, son una máquina de ingenio. En ese sentido, el libro logra su cometido, cuando al terminarlo sientes la necesidad de escribirle a quien quieres, de tomar tu celular, tu computadora, lo que sea que tengas a la mano, cualquier aparato, esperando que no sea demasiado tarde para reducir la brecha del silencio y de la soledad.
En mi caso, yo lo hice.
PARA LOS ORGANIZADORES
Considero que Andrea Chapela hizo trampa en el premio Gilberto Owen 2018 de Cuento, que se le dio en 2019 por “Ansibles, perfiladores y otras máquinas de ingenio”. Los jueces fueron Liliana Blum, Julián Herbert y Antonio Ramos.
Aquí los resultados, que se dieron en mayo de 2019: http://mascultura.mx/andrea-chapela-y-karen-villeda-premio-gilberto-owen-2018/
Se supone que debían concursar libros inéditos. Pero Andrea Chapela dio a conocer cuentos de ese libro antes; o sea, no serían inéditos. Por ejemplo, el cuento “Noventa por ciento real” (que está en la edición de Almadía de “Ansibles…”) aparece en la antología de becarios del FONCA publicada en 2017, dos años antes de que se dieran los resultados del Gilberto Owen: http://fonca.cultura.gob.mx/libros/AntologiaJCPrimerPeriodo2016-2017/mobile/index.html#p=64
Este libro donde viene este cuento se imprimió en 2017. Aquí lo dice el colofón: http://fonca.cultura.gob.mx/libros/AntologiaJCPrimerPeriodo2016-2017/mobile/index.html#p=421
En junio de 2017 se publicó este podcast donde Chapela leyó “La persona que busca no está disponible”: http://samovar.strangehorizons.com/2017/06/26/podcast-la-persona-que-busca-no-esta-disponible/
Ese cuento también está en la edición de “Ansibles…” de Almadía: https://twitter.com/sloucherzine/status/1318740727371759616
El cuento “Calculando, recalculando” también viene en la edición de “Ansibles” de Almadía y se publicó en la revista “Tierra Adentro”, en el número enero-febrero de 2018: https://www.cailegdl.com/leer/tierra-adentro-dedica-nueva-edicion-clarice-lispector/
El cuento es éste (publicado en marzo de 2018), un año antes de que Chapela ganara el premio Gilberto Owen: https://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:OjHPAw1s0gIJ:https://www.tierraadentro.cultura.gob.mx/calculando-recalculando/+&cd=1&hl=es-419&ct=clnk&gl=mx
Es una pena y una injusticia para los que sí siguieron las reglas en ese concurso que se celebre y se le dé dinero público a una obra que es producto del dolo.
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La autora comentó, en los agradecimientos del libro, que sus cuentos ya habían aparecido en otros medios, con otras versiones. La información es de conocimiento público.
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