1
Hoy mis padres decidieron plantar un limonero en el jardín.
Mañana cumplo treinta.
Le dije a mi madre que, de haber esperado un día, el árbol y yo compartiríamos cumpleaños. Tardé demasiado en darme cuenta de que no sé cuándo cumple años un árbol: si la celebración depende del crecimiento de su raíz, o del momento en que se hace visible; si son sus ramas y las hojas las que anuncian definitivamente su vida, o si todo comienza con el rompimiento de la semilla.
Es imposible saber cuándo cumple años un árbol, a menos que su semilla se ponga en un frasco para verla crecer anormalmente, lejos de la tierra. No sé qué resulta más antinatural para un árbol: el frasco o la idea del cumpleaños. Yo lo he puesto en ambas situaciones, al menos en mi imaginación, mientras escribo esto.
Él es nuevo, no sabe aún que eso es normal en mi jardín, pero se acostumbrará.
2.
Junto al nuevo árbol hay un limero, en donde un par de pajaritos descansan sin saber aún que próximamente tendrán vecinos. Me pregunto si una misma ave colonizará ambos árboles. Si otra ave llegara a hacer su nido a un par de metros del que ya existe, ¿cómo sería la relación? ¿Compartirían pequeños insectos? ¿El ave de un nido alimentaría a los del otro si la madre se perdiera?
Ni siquiera los pájaros se salvan de que mi imaginación los ponga en una situación que involucra a la muerte.
3.
En mi primer manuscrito, hay cuatro cuentos donde aparecen aves: en uno, un nido de pajaritos le anuncia al protagonista que se acerca una tormenta terrible, al quedarse callados; en otro, los pájaros trinan luego de la muerte de un hombre, y de que sus hijos se lo lleven del jardín donde murió, como si le rindieran respetos; otro más trata de un hombre que lleva a su hijo frente a dos buitres que éste estuvo alimentando con su propia carne, y él espera que los alimente por última vez; para concluir, hay una tormenta de cuervos, que caen a raudales y se impactan en los parabrisas y los transeúntes descuidados.
Me pregunto qué dirían las aves de mi jardín si supieran que han tenido apariciones recurrentes en mis cuentos, y que a veces lo hacen como buitres o como cuervos. ¿Les gustaría el cambio de especie? Un pájaro metiche que se ha metido a mi casa tiene actitudes de buitre, rondándonos nomás para ver cuándo estiramos la pata y él pueda sobrevolar por nuestra sala y las habitaciones, a sus anchas. Otro, muy oscuro, tenía la elegancia de un cuervo: no me sorprendería que creyera que es sólo un apodo.
4
Mi jardín también ha sido protagonista de algunos cuentos, todos relacionados con muerte: ha visto morir a un padre, y a sus dos hijos tratando de acomodarle el cuerpo, quebrándole los huesos esperando a que eso baste para meterlo en el ataúd; también a un hijo enterrando a su madre, porque nadie pudo creerle que ya se había muerto, y no fueron a recogerla; a unos padres, que enterraron ahí a su hijo y fingieron durante años que seguía vivo, mientras observaban el crecimiento de un rosal en el sitio donde estaba su dolor; está, también, la niña que espera junto a su hermano a que su madre los alcance, con las muñecas cortadas, demasiado tarde porque uno de sus dos hijos acaba de morir; y, por si no fuera suficiente muerte, también vio a una niña que se despide de su madre muerta, colgando animales de origami en un árbol y tirándose en el pasto, pensando que no quiere saber si será un fantasma luego de morir.
No sé por qué el jardín de mi casa se ha convertido, sin querer, en un cementerio, o sería más preciso, en el lugar donde la muerte sucede. No hemos enterrado nada ahí. Sólo hemos visto crecer cosas. Sólo hemos visto vida en el jardín, y quizá sea precisamente por eso que me inspira a poblarlo de ese modo.
Sé que más vida seguirá brotando de él; que el jardín resistirá toda esa muerte.
5.
El limero suelen ir de la mano con el jardín. También ha presenciado todas esas muertes. Aunque, a diferencia del jardín en su conjunto, el árbol sí conoce la pérdida: en un par de ocasiones, los pajaritos del nido (que ha cambiado de lugar un par de veces) han muerto entre sus ramas. Está acostumbrado a que la vida se afiance en él, y a que a veces no prospere.
El árbol que aparece en mis historias ha pasado por todo el proceso: ver morir a alguien, ver cómo es enterrado y también cómo se le llora, entre sonrisas, con pequeños animales de origami, esperando a que la vida vuelva a tener sentido.
6.
Luego de la muerte de mi abuela, no hace mucho, salí un día y me recosté en el jardín, esperando tranquilizarme.
Decidí mirar las estrellas, pero tardé mucho en poder observarlas, y no estoy seguro de que no hayan sido aviones que avanzaban muy lento, de que me parecieran puntos estáticos porque era yo el que movía la cabeza junto con ellos.
Había mucha frustración en mí, mucho miedo y tristeza.
Al ponerme de pie, vi el jardín iluminado por un simple foco y miré, una a una, las escenas que han ocurrido en él, las familias rotas, el duelo. Cuando estaba por perderme en la oscuridad, recordé que todos mis personajes sobrevivieron a sus pérdidas. Yo me había escrito aquellos mensajes, tiempo atrás, esas historias, diciéndome que yo también podría soportar la muerte y que algún día otros soportarán la mía.
Aunque no había nadie conmigo, yo no me quedé en silencio, ni sólo.
Las historias me acompañaban, vivas, recordándome que hay muerte en todas partes, pero también vida. Recordándome que aún quedan razones para celebrar. Que un cementerio es sólo un jardín donde han ocurrido muchas historias que descansan. Y que yo quiero contar más.
7.
Hace poco escribí, en una dedicatoria, que mis cuentos eran el legado para mis padres, así como mi hogar y mi vida es el suyo. Estos días me gusta pensar que el jardín es donde nuestros legados se cruzan.
Mañana cumplo treinta, y no quiero olvidar que por esto, por todo esto, es que escribo.