Una puerta

Publicado en Revista Rojo Siena (Noviembre, 2016). 

Le prometí un pase al inframundo a cambio de un six-pack de cerveza. Yo sé que es pedir poco, pero los tiempos son duros y es más fácil ir a las puertas del averno que conseguir dinero suficiente para aquella endemoniada bebida.
Él llegó con sólo cinco botellas, y le dije que estaba loco si creía que bastaba. ¡Me he tomado una para darme valor!, me dijo hincándose. Se arrastró hasta mí, viéndome a moco tendido, y yo dije bah, está bien, tomé una y me la bebí de un gran sorbo. Vamos, pues.
Nos tomó once minutos llegar hasta la puerta. Él no comprendía nada. Es… sólo una puerta, dijo mirándome con los ojos como a punto de salirse de su cara. Habíamos recorrido un largo pasillo subterráneo, pintado con blanco percudido; estábamos al final del corredor, como el de una escuela o una oficina gubernamental. Sí, le dije, y me apresuré a poner mi palma sobre el picaporte. Es… es sólo una puerta, repitió. Una puerta que rechina demasiado, pensé. ¿Aquél tipo era idiota? Claro, el miedo, sí. Que no cualquiera llega al inframundo por voluntad propia. O no así, con tal ímpetu. Aquél pobre imbécil había necesitado una cerveza —una de las mías— con tal de aplacar su cobardía. Está bien, le dije, acércate. Él avanzó despacio, tanteando sobre el suelo que, parecía por su mirada, estaba por desaparecer. ¿Qué temía? Aquella podría ser la puerta al cuarto de limpieza. No había nada ahí distinto a cualquier otro lugar. Anda, idiota, no tengo tiempo para estas cosas.
Él se puso un paso detrás de mí, entonces empujé la puerta gris. ¿No necesitas llave? Dijo jalándome de la camisa. No, le dije, quitándolo de golpe. Avanza, si es que quieres llegar. Asintió y me siguió hasta lo que había más allá de la puerta. Luego comenzó a cerrarse y la detuve con la punta de los dedos.
Al notar que no había fuego, ni gritos, el tipo salió de su escondite —mi espalda— y se apresuró a caminar en todas direcciones. Caminó por casi cinco minutos. Cinco más y podría irme, sí, cinco; lo justo y necesario. ¿Qué… qué es esto?, dijo, No entiendo. El tipo me había pedido llevarlo hasta el inframundo, pero hubiera dado lo mismo si en su lugar hubiese dicho al infierno o el averno. La mitología humana es sumamente curiosa: tiene tanto tormento en tantas palabras, tanta destrucción y remordimiento… Como si fuese necesario, pero no era necesario ningún nombre para aquél lugar. Tampoco era necesario el perpetuo azote de quimeras demoníacas. No había un río al cuál iría a parar su alma. El muy idiota no sabía nada de eso, pero tampoco me lo preguntó. Él dijo llévame, y eso hice.
Estás justo donde querías, le dije, y luego giré moviendo la puerta. Espera, me dijo, ¿a dónde vas? Abrí la puerta por completo y salí. Escuché sus pasos, corriendo detrás, y luego cómo se estrelló contra la puerta apenas un momento, porque al cerrarse desapareció de su lado y él, seguramente, estaría golpeando el aire, en vano.
Yo me quedé recargado a la puerta, me dejé caer al suelo y tomé otra de las cervezas.
Ya sólo me quedaban la mitad.
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