«El jardín del tiempo», J.G. Ballard

«La flor, en la mano de Axel, se había contraído hasta adquirir el tamaño de un dedal de cristal. Los pétalos estaban crispados alrededor del desvanecido corazón. Un desmayado centelleo tembló por un instante desde el centro y se extinguió rápidamente; entonces, Axel sintió derretirse la flor como una gota de rocío en su mano».

Día #6:

El jardín del tiempo, J.G. Ballard

Nota previa: Luego de meses, he decidido retomar la sección del «diario de lectura». Lo hago con un autor del que nada sabía hasta el día de hoy. J.G.Ballard. La recomendación vino dada por otro autor: Bernardo Esquinca. Decía él (o dice; no sé cómo aplica el tiempo cuando la realidad se detiene en una entrevista grabada) que Ballard es su gurú, el autor al que recurre en repetidas ocasiones. ¿Qué mejor recomendación puede haber que la de un autor al que se recurre como a un maestro? (con todo y que no suelo acercarme a autores de los que sé por recomendaciones.)

A los que por primera vez se topan con esta sección, tiene por fin hacer una revisión breve de un cuento, todos de autores distintos, identificando en éste lo más representativo.

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Entrando en materia, los cuentos que he leído del autor son «Los días maravillosos» y «El jardín del tiempo«. El primero habla de una pareja que ha quedado varada en una isla paradisíaca con toda clase de entretenimiento. El problema, claro, es que una vez que han entrado no pueden salir de ahí. La isla se expande, otras islas hacen lo mismo: siempre está en construcción, aviones vienen y se van, dejando más y más gente. Se trata de un cuento breve en primera persona, narrado a partir de cartas escritas por la protagonista.

El otro cuento, «El jardín del tiempo», narra los intentos de un hombre por mantener a una horda de gente lejos de su hermoso jardín con flores de tiempo.

Las flores crecían a una altura de dos metros; sus delgados tallos, como varillas de cristal, sostenían una docena de hojas. Al extremo de cada tallo estaba la flor del tiempo, del tamaño de una copa. Los opacos pétalos exteriores guardaban su corazón de cristal. Su brillantez diamantina presentaba mil facetas. Al ser movidas ligeramente por la brisa vespertina, refulgían como lanzas de fuego.

De tal descripción se vislumbran dos de las características que, a lo largo de los dos cuentos (sobre todo en éste),  tienen mayor fuerza: la adjetivación y el uso preponderado de adverbios, así como la cualidad visual de su lenguaje (poderosa cualidad, he de decir.)

De la primera característica hay ejemplos de sobra. El que me parece más representativo, por el uso marcado, es este:

Cuando las delicadas y armoniosas notas de Mozart llegaban a él procedentes de las graciosas manos de su esposa, vio que las primeras filas de un enorme ejército se movían lentamente en el horizonte. A primera vista le pareció que avanzaban ordenadamente, pero en una inspección más detallada pudo comprobar que el ejército estaba formado por un vasto y confuso tropel de gente hombres y mujeres entremezclados con unos cuantos soldados de raídos uniformes, y todos ellos avanzando como una marea humana. Algunos lo hacían dificultosamente, bajo pasadas cargas suspendidas de toscos yugos que rodeaban sus cuellos; otros luchaban con toscas carretas de madera, ayudando con sus manos el girar de las ruedas. Solo unos cuantos caminaban libres, pero todos avanzaban al mismo paso, recortándose sus figuras a la luz del huidizo sol.

(Ojo en las negritas) 

Su uso de los adjetivos dotan a la narración de un ritmo pausado, a la vez que ornamental; incluso tratándose de una tercera persona, es posible percibir cómo el protagonista percibe los objetos, volviendo así a quien narra en ente involucrado en la historia. Resulta acertada su elección de tercera persona, cabe añadir, pues de haber situado el discurso directamente en el protagonista, ¿no resultaría artificioso que ante un ataque se concentrara en tal cantidad de detalles?

Al cuento, pues, le beneficia su uso de los adjetivos (hasta cierto punto): alarga lo narrado y aumenta la tensión ante la inminencia del arribo de los intrusos, pero no a nivel de lenguaje. Por otro lado, le confiere un ritmo artificioso al texto. La tensión sostenida a base de adjetivos y adverbios restan a su vez cierto dinamismo, tanto de la acción en sí como del ritmo del lenguaje: está cargado.

Sin embargo, y en contraposición, Ballard nos regala postales como la siguiente:

Su mujer le sonrió alentadoramente y apretó su brazo con efusión. Ambos sabían que el jardín del tiempo estaba muriendo.

En apenas dos líneas, Ballard explicita lo que el lector ya sabe, y lo hace sin (tanto) adorno. El jardín estaba muriendo. Punto. No hay más.

La interacción entre oraciones más contundentes y las que se describen con puntillismo de detalle, sin embargo, se antoja escasa. Se echa de menos que, a partir del punto de no retorno (ese saber el jardín muerto), tanto el ritmo como el lenguaje de Ballard no sufran mayor cambio. Como si la narración siguiera estirada. Como resultado, la historia parece partirse a la mitad: la tensión estirada hasta la muerte del jardín, y la que sigue luego de su muerte.

Pero no me hagan mucho caso: admito que me gustó la atmósfera pausada que impera en el cuento. Va muy bien con la idea de retrasar el tiempo, que es lo que hace el protagonista durante casi todo el cuento.

La segunda caracteristica de Ballard es lo visual. Como si la descripción de las flores no fuera suficiente, nos regala pasajes como éste:

El clavicordio estaba silencioso y las flores del tiempo no reflejaban su música, ahora inmóviles, formando parte del bosque embalsamando.

Un bosque embalsamado. ¿Cómo es? Un bosque vacío, del que ya sólo queda su cáscara. Ya desde ese momento, en que comienza a subir la tensión en la historia, en que se siente la inminencia del tiempo, Ballard nos da una pista del final y del sentido mismo de lo que está contando. El silencio, lo inmóvil, lo embalsamado. Ese querer permanecer aunque con ello se pierda lo vivo. Estirar la vida hasta que no sea tan distinta a un purgatorio anodino. Y no hay mayor ejemplo de eso que sus flores del tiempo, que son de cristal. Sólo son capaces de reflejar la belleza del sol, pero por sí mismas…

El otro ejemplo prefiero reservarlo para que cada uno lo descubra.

En resumen, Ballard nos regala en ambos cuentos una prosa que estira al tiempo, que sitúa en detalle a su realidad que también estirada porque la ha llevado al límite, y que, sin embargo, cierne a un sólo concepto: la paradójica negación a avanzar.

***

Actualización: He dado, entre otros, con un cuento de Ballard que es espectacular. Uno que, pese a mantener el gusto por los adjetivos y adverbios, es contundente como pocos que haya leído (lo que me hace pensar, con mayor fuerza, que forma-fondo se corresponden en gran medida en «El jardín del tiempo», con ese ritmo estirado y el lenguaje distendido). Se trata de «Ahora: Cero» (Now: Zero), que sirvió de inspiración para el manga-anime Death note. ¿Adivinan de qué trata el cuento?

Hice una pausa, y la última anotación en el diario de Rankin me llamó la atención: …Rankin perdió de pronto el equilibrio, cayó por encima de la baranda y se estrelló en el piso del vestíbulo.

Las palabras parecían estar vivas, con unos vibrantes y extraños armónicos. No sólo predecían con notable exactitud la suerte de Rankin: tenían también una peculiar fuerza compulsiva y magnética, que las separaba nítidamente del resto de las notas. En algún sitio dentro de mi cerebro, una voz, inmensa y sombría, las recitó lentamente.

En un repentino impulso volví la página, busqué una hoja en blanco y escribí:

…A la tarde siguiente Carter murió en un accidente de tráfico frente a la oficina.

James Graham Ballard (Shanghái, 15 de noviembre de 1930Londres, 19 de abril de 2009) fue un escritor inglés de ciencia ficción.

***

2 comentarios sobre “«El jardín del tiempo», J.G. Ballard

  1. Hola,
    He dado con tu blog por casualidad y tenía que dejar un comentario, dado que Ballard es una de mis debilidades.
    Creo que la mejor forma de acercarse a este escritor es como tú has hecho; con sus relatos. No es que no tenga buenas novelas (las tiene, y muchas, especialmente sus peculiares “catástrofes”), pero yo creo que su verdadero genio radica en los relatos.
    Coincido en que es un escritor visual, creador de atmósferas. Yo diría que es un escritor de “estados” más que de “acciones”. Sus obras hablan del tiempo, de la evolución-degradación, de la metamorfosis, de la confusión del tiempo y espacio “real” con el “mental” o subjetivo.
    De hecho, por si te interesa, te invito a que leas un artículo que yo mismo escribí hace tiempo centrado, precisamente, en esos aspectos visuales, relacionados con la pintura surrealista, tan influyente en toda su obra (http://www.revistahelice.com/revista/Helice_13.pdf)
    Nada más. Enhorabuena por tu blog. Espero que sigas adelante con tu labor creativa y también leyendo a Ballard :).
    Saludos desde España.

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    1. Sin duda los cuentos de Ballard han sido toda una revelación. Él es un caso casi paradigmatico del buen hacer cuentistico: adaptar la técnica al tema. Lo importante es el tema, y el de Ballard, pese a ser de fondo el mismo, en algunos (o muchos o todos) explora los distintos alcances y perspectivas de ese mismo asunto que es el tiempo, justamente (la degradación sería uno de esos estados resultantes).
      Me apunto, claro que sí, la lectura de tu artículo (y en sí de la revista. Suena interesante el índice).
      Muchas gracias por tus palabras, Carlos.
      Saludos desde México.

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